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vema hecha por el Conde Orlando, fue guiado por el deseo de entregarse con más quietud al trato ín– timo con el A m a d o de su alma. Pasaban los años y, en su humildad profunda, temía no haber mere– cido nada delante del Señor. Creía que la muerte le rondaba de cerca, por eso quiere alejarse más y más de los hombres y adentrarse en el A m a d o . Tenía edificada su pobrísima celda defendida por el tronco robusto de la bellísima haya de los furores del viento y de los rayos del sol; sus entrelazadas ramas serán las que le formen benéfico toldo aca– riciándole con su amorosa solicitud. Francisco habla c0tn sus predilectos compañeros y les dice con paternal solicitud y familiaridad: «Hermanos queridos: Observad, por amor de Dios, la Regla de vida que os he trazado. Mi m,uerte está cercana; quiero estar a solas para recogerme en Dios y llorar mis pecados;» Tal es el lenguaje de los santos. Por el contrario, nosotros desconocemos la penitencia, jamás nos he– mos atrevido a gustar sus delicias porque siempre se nos presentaba como dura, penosa y amarga. Cuando más, hemos golpeado nuestro pecho pidien– do perdón a Dios antes de acercamos al tribunal de la penitencia. Los santos creen qu.e siempre hacen poco; nosotros, al revés; en todo momento, no ha– ciendo nada, pensamos que nos excedemos· «Hijitos míos, decía Francisco días antes de morir, empece– mos a santificamos porque hasta ahora nada hemos hecho.» Bl Pobrecillo no olvida las reglas de la pruden– cia, desea un retiro absoluto, una incomunicación 38

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