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que el Maestro extendía a la vista del joven caba– llero. Nada nu.evo era para él. ¡Se lo había oído tan– tas veces a su Padre espiritual! OFERTA ACEPTADA El joven caballero, entusiasmado por la conver– sación del Pobrecito Francisoo, se mostró agradecido, ofreciendo generosamente al H o m b r e d e D i o s , Francisco, un monte llamado Alvema, situado en la Toscana. «Poseo, querido Padre, en Toscana, un monte conocido por el Monte Alvema, lugar solita– rio y muy a propósito para el retiro y la oración; muy gustoso te lo cedería para bien de mi alma». ¡Qué más quería el pobrecillo Francisco! La D a m a P o b r e z a tendría otro palacio-choza en la espesura del bosque; la salmodia de los Meno - r e s resonaría de continuo en las abruptas cuevas de la montaña. Allí, perdido en la amable soledad, lejos de los hombres y más cerca de Dios, podría abismar– se en la meditación de las bellezas del A m a d o . En aquel monte podría repetir a sus anchas, sin tes– tigos enojosos, mientras sus ojos derramaban ardoso– sas y ab,undantes lágrimas: ¡ E I A m ,o r no es a m a d o ! ¡ E 1 A m o r n o e s a m a do ! ¡Lloro, hijitos mios, La Pasión de Jesucristo! Sus canciones serían coreadas por el armonioso coro de los pajarillos y las voces argentinas de los regatos que por las profundidades del barranco bus– can descanso en el mar. El caballero de Cristo acepta la donación con 30

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