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le hizo la düi,1ación del pobre manto de su Padre San Francisco, el cual le había remitido el Papa; al dárselo díjole estas palabras que expresaban bien sus sentimientos y el aprecio en que lo tenía: «Légote mi manto, dijo la santa a la peticionaria; no te dé cuidado verle tan roto, remendado y mi– serable; así y todo, es la joya .de más precio que jamás poseí. Te digo en verdad que cuantas veces hube de pedir a mi amadísimo Jesús alguna gracia especial y me puse en oración cubriéndome con este manto otras tantas se dignó el Señor oirme con in– finita clemencia. Conocidísima es la amistad íntima y fecundísi– ma que ,unió al Seráfico Francisco y al cardenal Hu– golino, después, según la profecía del mismo Fran– cisco, Papa con el nombre de Gregorio IX. En ;nombre de la amistad, Hugolino instó al Poverello enviase a l a a m a d a I s a b e l un re– cuerdo: el pobre manto que lo cubría y defendía del frío. Francisco no se resiste; envía su manto asaz viejo, remendado y descolorido. Isabel, agradecida, lo recibe con reconocimiento. Nunca se avergonzó de usarlo; para ella valía más que la púrpura. Guar– daba la amistad de un santo, que sería aclamado por el p,ueblo cristiano e l n u e v o C r i s t o d e l s i - glo XIII. Francisco e Isabel eran dos almas fundidas en la misma turquesa de amor apasionado a Cristo Cru– cificado y a Dama Pobreza. Tal intensidad de amor 204

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