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más. En estos momentos no le faltaron los consuelos divinos. Jamás se olvida Dios de sus fieles siervos. «Al cabo de este tiempo, hallándose, al parecer, dormida, con el rostro vuelto hacia la pared de su cuarto, una de sus criadas, llamada también Isabel, que se hallaba sentada junto a la cama, oyó como una dulce y exquisita melodía producida por la gar– ganta de la paciente. Momentos después la Duquesa, cambiando de postura, se volvió hacia su compañera y le dijo: -¿Dónde estás, querida? -Vedme aquí, respondió la mujer, y añadió: ¡ Cuán deliciosamente habéis cantado, señora! -Pues qué, ¿has oído alguna cosa? -Sí, señora. -Sepas que era un lindo pajarito que vino a posarse entre mí y la pared; su cantar era tan dulce y suave que me llenó de alegría el corazón y el alma, no pudiendo contenerme de cantar también con él; me ha dicho que moriré de aquí a tres días.» El pajarito no era otro que su Angel de la Guar– da que bajo esa forma de avecilla venía a anunciarle las eternas alegrías. * * * Próxima a morir. Un aliento de vida le quedaba. Pronto volaría al cielo. La llamaba Jesús. Sin nada que dejar, moriría pobrecita como el Seráfico Padre. Una de sus doncellas pidióle con insistencia un recuerdo suyo, algo que ella hubiera usado; la santa 203

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