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de los Terciarios alemanes, ya que fue ella la pri– mera que vistió su hábito y emitió los votos so– Jemnes. i> El cardenal H11golino, en sus frecuentes conversa– ciones con Francisco, le hablaba con encarecimiento de la joven princesa de Turingia, haciendo resaltar su «ejemplar humildad, su piedad fervorosa y austera y su amor a la pobreza». Esto último era más que de sobra para ganarle el corazón a Francisco. «En una ocasión invitó el cardenal Hugolino a Francisco a que le remitiese una prenda de su afecto y memoria; y al decir esto, le quitó de los hombros Ia capa raída con que iba cubierto, exhortándole a que sin demora la hiciese llegar a manos de su hija de Alemania, de la humilde Isabel, como :u.u tributo debido a 1a h u m i 1d a d y p o b r e z a v o 1u n - t a r i a de la que la duquesa hacía profesión y tam– bién como de gratitud a los servicios que había pres– tado a la Orden.» El Seráfico Padre accedió a las indicaciones del cardenal Hugolino enviando tan modesto regalo a Isabel a la que en justicia podía llamar s.u hija es– piritual. Hizo más Francisco, pues al pobre obsequio, aunque valiosísimo por su significado, añadió una carta rebosante de honda ternura, en la que se re– gocijaba con ella por todas las gracias que Dios le había concedido y por el buen uso que de ellas hacía. Pobre, en verdad, era el regalo de Francisco; en cambio su significado era grandísimo. ¿Quién puede medir el valor y la riqueza que en sí encie– rra;n las reliquias de los santos? Y Francisco lo era. Isabel lo recibió con singular reconocimiento; 201

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