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los días de amarga prueba su decidido defensor. En realidad, de verdad, fue siempre su más autorizado panegirista. Las almas grandes bien pronto se co– nocen, se atraen y se aman bajo las cariñosas mira– das de Dios. Desde su llegada a Alemania, los Franciscanos fueron muy favorecidos de Isabel; ésta se constituyó su protectora, beneficiando largamente su estableci– miento definitivo en su patria. En verdad que no fueron muy felices ni muy bien recibidos los hijos de Francisco de Asís en su primera misión por tie– rras alemanas; es indecible lo que sufrieron; regre– saron desalentados y temerosos de aquellas gentes que tan duramente los habían tratado. Con todo, alentados con la bendición del Seráfico Padre, vol– vieron de nuevo, persuadidos que iban al martirio. Esta vez se equivocaron, porque, humildes y senci– llos, no tardaron en granjearse la voluntad de sus habitantes, extendiéndose rápidamente. Se puede ase– gurar que su presencia fue recibida con bondad y hasta con alegría. En 1223 los vemos establecidos en Marbourg. Pequeña es la residencia y más pe– queña, si cabe, la capillita de los Fra¡nciscanos. Al verla el bienaventurado Padre, a buen seguro que hubiera sonreído de alegría. Tan pronto como llegó a Hesse nuestra Isabel, quiso afianzar más y más los lazos que la unían a la familia franciscana; quiso darles nuevas pruebas de su afecto. Más aún; determinó afiliarse a la Or- 190

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