BCCCAP000000000000000000000176

sistirá una y muchas veces, pero siempre recibirá b misma negativa. Un día, cuando contemple el cadá– ver de la A m a d a I s a b e l , aclamada como san– ta, embellecida con resplandores celestiales, colocará en sus sienes :una corona de flores mientras sus b– bios, trémulos por el dolor, pronunciarán estas her– mosas palabras, elogioso panegírico: Quise e o - ronarla de oro y no pude; ella .no quiso; ahora la corono de flores. La tragedia, muy pronto, más pronto de lo qu.2 podía calcularse, se cebó en ella. Se vio pobre, arro · jada ignominiosamente ,de su palacio, despreciada, calumniada. Sin albergue en donde guarecerse, sin un mendrugo de pan para sus hijitos. Todos la ol– vidaron, la despreciaron hasta sus mismos pobres. ¡Sólo Dios no la abandonó! Con valentía, y heroicidad sorprendente, lo de– safió todo; lejos de arredrarse, luchó con denuedo, permaneció pobre hasta la muerte. Lo mismo que Francisco de Asís, podría exclamar ahora: ¡Dios mío y todas mis cosas... ! ¡Padre nuestro, que estás en los cielos! La fama de Isah::-l de Hungría recorría toda h Alemania, traspasaba las fronteras, y cuantos la co– nocían y hablaban de ella solían llamarla 1 a a m a - da I s a b e l . El cardenal Hugolino, después Gre– gorio IX, fue siempre su amigo, su protector, y en 198

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz