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LA AMADA SANTA ISABEL DE HUNGRÍA FRANCISCO DE ASÍS E ISABEL DE HCI'íGRíA Delicada y sensible se nos muestra Isabel de Hungría en toda su vida. La belleza de su alma, sinceramente piadosa, se nos manifiesta cuando, arro– dillada a los pies del Santo Crucifijo, depone la diadema que embellecía su frente juvenil, la coloca en el suelo cerca del Crucifijo, y exclama, llenos los ojos de lágrimas y su pecho angustiado: ¡Cómo, yo coronada de oro y mi Jesús con corona de espina&! Su idilio amoroso con el Landgrave Luis de Tu– rin.gia es idealizado y santificado con las luces de un amor cristiano a toda prueba y bendecido por Cristo. ¡Se amaban como dos hermanos! Después de Dios, su Luis era el blanco de su cariño. Le amaba como la Iglesia ama a Cristo. Seguia pun– tualmente el consejo del Apóstol. El matrimonio no la impidió llegar a una santidad elevadísima. Contra lo que el mundo pudiera imaginarse, a1u– cinado por el brillo de los honores y riquezas de la corte, era verdaderamente pobre de espíritu. Amó a Cristo pobre y por amor de Cristo pobre gozaba socorriendo a sus pobres. St1s delicias eran curar a los leprosos. Nuestro gran Murillo supo idea– lizarla en su inmortal cuadro que guarda la Capilla 196

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