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este valle de lágrimas, pero hemos ganado un abo– gado, un mediador en la Jerusalén celestial. Lloraban los Menores y lloraban las Damas Po– bres. Más que llorar su muerte, celebraban su triun– fal entrada en la gloria del cielo. Allí rogaría por sus hijos, allí cuidaría con mayor solicitud por sus hijas de San Damián. Francisco había desaparecido de entre los vivos. Se había marchado, llamado por el A m a d o , a re– cibir el premio hermosísimo merecido por su san– tidad extraordinaria. * * * Conciso es el relato que del entierro de Francisco nos ha dejado E l E s p e j o d e P e r f e c c i ó n . Con todo, es lo suficientemei!lte elocuente para nues– tra edificación. El amigo Francisco cumplió su palabra empeña– da a Sor Clara. No lo vería vivo, pero tendría el gran consuelo de contemplar a su placer el cuerpo estigmatizado de su amado Padre. Aquel cadáver, tan parecido al cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo bajado de la cruz y colocado en los brazos amorosí– simos de su Madre Santísima, mitigaría la pena de su partida. En tanto lo contemplaba, habría recordado su juramento de fidelidad a D a m a P .o b r e z a . 194 Vos os hicísteis menor Pero Dios tan; grande os hizo, Que el sol, pisado de vos, Piensa que lo pisa Cristo. Lope de Vega, ºA las llagas" Romancero Espiritual

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