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Sor Clara puso empeño especial en mitigar los dolores y martirio de sus pies. Su tierna solicitud le sugirió la idea de hacerle unas zapatillas que le ali– viasen e hiciesen menos penoso el asentar los pies sobre el suelo y los pocos pasos que daba. La amistad prestó agilidad y destreza a sus ma– nos y le preparó unas zapatillas blandas, ligeras y suaves que mitigasen c,ualquier roce de sus plantas estigmat1zadas. Se las envió. Francisco las recibió con su habitual agradecimiei!lto y caballerosa corte– sía en él tan habituales. ¿Se mitigaron algo sus do– lores? Por medio de Sor Clara quiso concederle un pequeño alivio. Jesús no es cruel jamás con sus tier– nos amigos. Es el amor intensísimo con que los dis– tingue el que le mueve a glorificar y premiar la amorosa correspondencia de sus santos, regalándoles sus propios dolores. ¡El dolor nos ,Ui!le íntimamente a Jesús, si el amor centellea en nosotros! El que se revuelve contra el dolor, es porque no ama. Sor Clara debió quedar contenta al ofrecer su pequeño obsequio, en sí, pero delicado. Lo mismo sucedería a Francisco. Lector: Si tienes la suerte de peregrinar a Asís y visitar el diminuto Conventico de San Damián, podrás contemplar aquellas sandalias, llamémoslas zapatillas, que Sor Clara preparó con sus propias manos para su amoroso Padre. A buen seguro que bendecirás aquella santa amistad que unió a esos dos corazones, a esos dos grandes santos, almas ver– daderamente excepcionales, que se llamaron F r a y Francisco y Sor Clara de Asís. 190

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