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Cristo, quedó asombrada y sintióse arrastrada por su dinamismo, dispuesta a seguirle hasta las cumbres del heroísmo. El deseo de ganar almas para Jesucristo le hervía interiormente. Quería reanudar sus andanzas caba– llerescas como en sus años mozos, predicando la grandeza y hermosura del Gran Rey, conquistarle 1nuchos corazones. Pero las sagradas estigmas de sus pies se lo im– pedían. No podía caminar a pie como siempre lo hiciera. Caballero de Cristo, en un borriquillo visi– taba los pueblos y aldeas cercanos a Asís. La im– presión que producía y el entusiasmo popular eran profundísimos, inenarrables. Con todo, hubo de convencerse que su misión caminaba al ,ocaso. Su corazón seráfico continuaba joven, mas el cuerpo flaqueaba y se negaba a ca– minar. Por la misma índole de sus llagas el martirio debió ser extremadamente doloroso. Sus movimien– tos lentos, pungentes, angustiosos; con suma dificu!– tad podía asentar sus pies en el suelo. Su amiga fidelísima, su perfecta imitadora, su espiritual hija primogénita, Sor Clara, compadecida de los sufrimientos de su querido Padre y maestro, intentaba, por los medios que le dictaba su delica– deza femenina, aliviarlos. Con frecuencia, apesadum– brado su sensible corazón, nada o muy poco cor.– seguía. El C r u c i f i cado de l A l ver na debfa apurar las amaTguras y sufrimientos de su milagmsa cr;ucifixión. El dardo del amor divino, día tras día, hundía más y más su candente punta en su corazón. 189

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