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to iba en aumento. Pronto extendería sus alas virgi– nales, ligerísimas, en raudo vuelo hacia el cielo. El día 9 de agosto de 1253 fuéle entregada la Bula por manos de un fraile menor. Sus santos deseos estaban plenamente satisfechos. Larga y porfiada había sido la lucha; la victoria era merecidísima y hermosamente meritoria. Ya podía morir tranquila y gozosa la nobilísima amiga de Francisco de Asís. El triunfo, más que de Sor Clara, era de D a m a P o b r e z a . DELICADEZA AMISTOSA DE SOR CLARA La impresión de los sagrados estigmas había he– cho de Francisco otro Cristo. Su amor divino había tomado proporciones gigantescas. Cristo llenaba por entero todo su ser. Antes lloraba la pasión del Ama– do. ¡ E l A m o r n o e s a m a d o ! ¡ Llor.o la Pa– sión de mi Señor Jesucristo! Ahora sentía en su car– ne, enflaquecida por el ayuno y las mortificaciones, los dolores de la misma pasión d e l A m a d o . Las Hagas y los clavos de Cristo, incr.ustados en su car– ne, se mostraban en sus pies y en sus manos. La Haga del costado no se veía, pero la sangre que de ella corría abundante y con frecuencia la predicaba maravillosamente. Su dolor era inmenso, proporcio– nado al amor. La estigmatización, milagrosamente viviente en la carne de Francisco, habíale transformado en un verdadero Cristo. Aquella sociedad conmovida por sus predicaciones, al verle crucificado por el mismo 188

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