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con el silencio y con las miradas. Francisco conti– nuó: ¿Quién sabe, Ovejuela de Dios, si tendremos la fortuna de ganar algún caballero para la causa de Dios? Los dos siervos de Dios, caballeros de la D a m a P o b r e z a , se mezclaron con los convidados, da– mas, doncellas y caballeros. Nadie se op,uso ni si– quiera manifestó extrañeza. Francisco se decía así mismo: si ellos eran caba– lleros ¿cómo no defender la hermosura y los derechos de su bellísima D a m a ? El Pobrecito Francisco, encaramado en un puesto elevado, impone reveren– cial silencio a los convidados. Fray León, sentado a los pies del Maestro, mira y escucha con atención. Francisco parafraseó con divina elocuencia, que sa– lía como ardiente lava de su corazón seráfico, este dístico popular y rimado: Tanto é el bene ch'io aspetto Ch'ogni pena m'é diletto. Que traducido a nuestro romance, dice así: Tan grande bien espero que en las penas me deleito. Habla como caballero y con lenguaje caballeresco y a valientes caballeros. Pero en otro li.naje de ca– ballería, la de Cristo. Si hablara de otro modo qui– zás no fuera atendido. Al final de la charla, se le acerca ,un caballero joven, apuesto y de noble alcur 0 nia. Este joven ha sido herido por el dardo de las 27

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