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leyenda brilla la espontaneidad libre de toda ficción y aparato literario. Pero la amistad santa e íntima que los unía quiso manifestarse espléndida, delicada, generosa. Sor Cla– ra solamente suplicaba a Francisco poder comer en su amigable compañía, mas Francisco supera CO\U creces los deseos de su primera hija espiritual. Por– que Francisco, queriendo darle prueba manifiesta de su amistad espiritual, añadió: «Pero para que ella -siguen las Florecillas– quede mayormente consolada, yo quiero que esta co– mida se celebre en Santa María de los Angeles; como que ella ha permanecido mucho tiempo en San Damián, así tendrá la bella alegría de ver el con– vento de Santa María, donde profesó y se convirtió en esposa de Jesucristo; y allí comeremos juntos en el nombre del Señor». Regateó el don mientras así lo juzgó oportuno, pero, una vez otorgado, el Caballero del Gran Rey, no obstante su total pobreza, su condición caballe– resca le mandó pasar muy más allá de lo que Clara deseaba. Bien sabía el Seráfico Padre que, obrando así, cumplía la voluntad de Dios. ¡ Cuán bueno es Dios con nosotros! Siempre se muestra generoso y nunca tacaño; la tacañería es de los hombres, de los espíritus mezquinos. Nuestro buen Jesús llena has– ta desbordarse el vaso de nuestros deseos. Le da– mos un poquito y El se nos entrega enteramente. Francisco seguía en su conducta lo que en Jesús había aprendido. Francisco mandó recado a Sor Clara con algunos de sus predilectos, recado que llenó de santa alegría 174

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