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a su amiga Sor Clara, recibiondo ésta gran conso– lación con la visita del a m a d o P a d re . Porque en realidad Francisco era s u p a d r e e s p i r i - tu a I que para Cristo la había engendrado. Los íntimos de Francisco participaban del cariño de su Padre hacia Sor Clara y con sus ruegos se esforzaban para que cada día fuese más intenso. Pero Sor Clara deseaba muy de veras comer un día en compañía de su querido Padre y en repetidas ocasiones se lo había manifestado s1n jamás lograr que Francisco la complaciese en este particular. Esta negativa afligía grandemente a la s a n t a re c 1u - sa de San Damián. Los predilectos de Francisco se afligían por la negativa porfiada de su Santo Padre. Movidos a ca– ridad en favor de Clara rogaban a su Seráfico Padre accediese a los deseos de Clara. «No debéis olvidar, querido Padre, que por vuestra predicación abando– ;nó el m.undo y se consagró a Nuestro Señor Jesu– cristo, y si ella te pidiese mayores gracias que ésta, deberías concederlas a tu espiritual retoño». Los r,uegos de sus predilectos parecían muy pues– tos e,n razón. Francisco se rindió a los deseos y sú– plicas de sus hijos, contestándoles de esta manera: «Entonces San Francisco contestó: ¿Os parece que debo concedérselo? Y dijeron los compañeros: Padre, sí; es cosa justa que le des este consuelo. Dijo entonces Francisco: Pues si os parece a vosotros, también me lo parece a mí». Las Florecillas lo cuentan de este modo con su encantadora sencillez; en este relato que narra la 173

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