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crean ver el rostro virginal de Sor Clara, que recreó, por permisión divina, el alma atribulada del fiel imi– tador de Cristo, Francisoo de Asís. .4GAPE AMISTOSO E'.'i'TRE SA'.'i'TOS Francisco no podía olvidar a Sor Clara que se había consagrado al celestial Esposo bajo la pode– rosa influencia de su predicación. Clara, a partir del momento de su consagración al Señor en Santa Ma– ría de los Angeles la noche del Domingo de Ramos, sería la bellísima azucena del jardín de la gran fa– milia de los Menores, nacida del corazón apasionado de Francisco. Olvidarse de Clara, ya lo hemos dicho, equivaldría a traicionar al Señor y olvidar los sanos dictados de la caballería sobrenatural tan fielmente practicada por el h e r a l d o d e I G r a n R e y . Mediante sus pláticas espirituales y sus consejos y sus conversaciones, verdaderas colaciones monaca– les, Francisco formó a Clara en su mismo espíritu, injertando en su alma femenina tierno y delicado amor ace,ndrado a la D a m a P o b r e z a . Fran– cisco era el verdadero hortelano, quizás mejor dicho, e I j a r d i n e r o que siempre cuidó con esmero de aquella bellísima rosa encendida en amor a Cristo y cándida azucena por el culto apasionado de la pu.reza. Francisco la visitaba con frecuencia mientras mo– raba en Asís, y, cuando después de sus viajes de apostolado, regresaba a su dulce Asís y a su querido rinooncito de la P o r c i ú n cu l a , Juego visitaba 172

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