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consagración a Cristo. Las previsiones ;no resultaron fallidas. Se pusieron en juego todos los medios para convencerla y apartarla de rn generoso propósito, halagos y amenazas. Pero todo resultó inútil. Era de Dios y para siempre. Como asegura Sor Beatriz Favorone de Asís: En seguida la llevó San Francisco a San Pablo de Bas– tia. En este monasterio benedictino la colocó y guar– dó para mayor seguridad y tranquilidad de la joven religiosa. Sus parientes insistían, amenazaban, halagaban. ¿Cómo desengañarlos definitivamente? Clara de Asís se refugió en el altar, ya era cosa sagrada, cubriendo con sus paños la cabeza; después se destocó y les mostró la cabeza tonsurada. Clara había vencido, aqueHa prueba no admitía discusión. Sus parientes, desengañados, la dejaron libre y tranquila. La amistad de Francisoo temió nuevos asaltos a la fortaleza de Clara y se decidió a trasladarla a otro monasterio benedictino. «A los pocos días San Francisco, Fray Filippo y Fray Bernardo la llevaron a Santo Angelo, en las faldas del Subas10». * * * Pero el ideal de Francisco no era consagrarla be– nedictina, sino que fuese m a d r e e s p i r i t u a 1 de muchísimas hijas, todas ellas enamoradas de la Cruz de Cristo y de la Santa Pobreza en un grado hasta entonces desconocido en la Iglesia Católica. A los ojos de los hombres la empresa de Clara y sus hijas era una temeridad; a los ojos de Dios heroísmo, sacrificio excelso y gratísimo. 163

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