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atraído contra su voluntad. Las jóvenes de aquel en– tonces consideraban como un tesoro su rica trenza de ondulantes cabellos; hoy, en cambio, caprichos de la moda, perdieron su alta estima hasta desasirse de ellos con la mayor facilidad; hoy se cortan inconsi– deradamente, restando así atractivos a los encantos femeninos de la mujer. Lo que antes se consideraba de muy alta valía, ahora, un corte de tijeras mane– jadas por las manos de un peluquero o peluquera, atentos a las imposiciones tiránicas y verdaderamen– te necias de la moda, lo tiran por el suelo. Pero no hablemos de estas ñoñerías de la frivolidad reinante que muy otro es mi intento en estos momentos. DECISió:'.'i VALIE;',TE Clara presenta su cabeza de «ondulantes trenzas)), dobla su cuello de blancura alabastrina, como se dobla el tallo delgado de la blanca azucena a las caricias del vientecillo delgado, «y con sus propias manos cortó aquellas trenzas tan bien cuidadas hasta entonces y puso a su cabeza un velo blanco y negro de grueso y recio pañoi>. Nuestra joven virgen se hallaba preparada para los místicos desposorios con el E s p o s o d i v i n o . Sus joyas: túnica de lana, una cuerda tosca que ceñía su cintura; por corona de om y brillantes un velo blanco y negro. Clara seguía arrodillada delante de Francisco que temblaba de emoción. A las preguntas del santo P a d r e nuestra intrépida joven asintió con un s í 158

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