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de Asís; muchos la reprobaban y murmuraban del jnconsiderado joven, así lo llamaban algunos; otros, por el contrario, admiraban en silencio la co¡nducta de Francisco, su cambio en tan opuesta dirección a ]a que hasta entonces había seguido. Pasados los primeros momentos de inevitable confusión, pues ta– les radicales mudanzas los producen siempre, la ad– miración y la simpatía se convirtieron en poderosa atracción, queriendo muchísimos seguirle por el mis– mo camino de desprendimiento y entregamiento a Cristo. Las murmuraciones se tornsron en alabanzas y las risas en santa emulación. :rvlientras en los corrillos y tertulias se le criti– caba ásperamente, mientras se dudaba de la sinceri– dad de su conversión, de su alejamiento de las diversiones que antes había dirigido como Rey de la juventud, una joven de rancia nobleza y de un porvenir brillante, con la perspectiva de un matri– monio envidiable y prometedor de fascinadores en– cantos y envidiable felicidad, abandonaba secreta– me¡nte y con frecuencia el palacio de sus padres para conversar con Francisco y consultarle lo que guar– daba oculto en su corazón y que a nadie hasta enton– ces había descubierto, y que nadie podía sospechar. Esta joven, célebre por s.u belleza y por su recato se llamaba C l a r a F a v ,o r o n e d e A s í s . De ella dirá después L a L e y e n d a : Codició robar a todo trance al mundo tan noble presa para entre– gársela a su S e ñ o r . Francisco lo intentó y lo consiguió plenísimamente; fu e 1a más p re c I ar a de sus conquistas para la caballería d e C r i s t o . De ella afirmará el Papa Inocen- 147

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