BCCCAP000000000000000000000176

y puertas señoriales. De las estrechas saeteras, ten– didos los arcos, aguardaban al enemigo las mortífe– ras flechas. Aquellas fortalezas-castillos y ciudadelas al mismo tiempo eran, unas veces, cortes de amor, y otras, nidos de águilas voraces. Era una mañana riente, clara, aromada, del mes de mayo, de este poético mes, hada de extraordinaria fecundidad y belleza, que viste de flores, hierbas y verdor los valles y los montes. El sol derramaba sus haces de luz, pero que todavía no calentaba dema– siado; el rocío, delicadas lágrimas de la aurora que se alejaba, lucía en los capullos y en las hojas y briznas de las hierbecitas. Las avecillas cantaban ale– gremente s:us amores y la alondra, perdida en el azul del cielo, bendecía al Creador modulando su dulce tonada. Fray Francisco y Fray León llegaban a los alre– dedores de Montefeltro, profusamente engalanado, en una de sus correrías apostólicas. Señal evidente de que alguna fiesta caballeresca se celebraba allí. Francisco no desaprovechó la oportunidad que se le ofrecía de predicar los encantos de la virtud. Su es– píritu caballeresco, desde hacía mucho tiempo con– sagrado a Cristo, se renovó en su interior. Todos los allí reunidos eran, a no dudarlo, caballeros, nobles, altos personajes y de elevados sentimientos. ¿No ha– bía otra más alta caballería? ¿No existían otros más apetecidos frutos? ¿Por qu:é no anunciarlos? Quizás otro espíritu, menos sensible, aunque entregado a Cristo, hubiera pasado de largo sin rozar siquiera las piedras de los muros del Castillo de Montefeltro y hubiera pensado que la ocasión presente no era a 24

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz