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debo amarle y le amo más que a Hermano alguno de toda la religión. Es mi deseo que el General Mi– nistro le ame y honre como a mí mismo, así como deseo que los ministros provinciales y los frailes to– dos le tengan en mi lugar.» «Fray Bernardo se consoló muchísimo por esta dilección». Razón tenía para alegrarse y regocijarse en el Señor. Grande fue la generosidad e.u.ando, abandonándolo todo se adhirió fortísimamente a la persona de Francisco en aquellos primeros momen– tos en que era tenido por loco y mentecato. Pero grande fue también el amor con que el Padre amado le había premiado aquel acto de desprendimíento y adhesión a su persona. 143

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