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que no sea el de Cristo, sus efectos desastrosos son innumerables, son de extraordinaria gravedad, las heridas que abre en el alma son infinitamente su– periores a los destrozos que hace en el cuerpo. Por eso hay que mantener siempre y con gran cautela el concepto nobilísimo y trascendental de la a mistad y recordar los fines a que debe encami– narse sin admitir pequeñas nubecillas que poco a pooo se co,nvertirán, impelidas por el fuego pasional, en nubarrones tormentosos. ¡Y es tan fácil torcer los nobles fines de la amistad cristiana! La amistad, cierto, es una necesidad del corazón humano. ¡Ay de aq11,2l desgraciado que no tiene ami– gos! ¡Su vida será triste, oscura, sin grandes ideales ni heroísmos! 131

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