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CAMINANDO A ROMA Obediente a su pensamiento de poner su obra bajo el amparo del Padre común de los fieles, el Papa, se dirige a Roma. El paso que iba a dar el Poverello era difícil, presentaba grandes obstáculos para un pobrecillo y desoonocido como él. Si fuera solo ¿no podría fracasar su empresa? Los humanos así lo pensarían, porque desconocen los caminos que Dios sigue en la realización de sus designios. Las obras de Dios, cierto, no pueden fracasar, pero no excluyen las providencias humanas ni desprecian los dictados de .una prudencia sana, ponderada. Su obra era de Dios, Francisco se halla plenamente conven– cido de ello. Con todo, ¿no podría su pequeñez, su rusticidad, hacerla fracasar? La humildad no es pre– sumida y, sí, prudentemente desoonfiada. En este mismo camino de Roma no se olvidó de su fiel amigo, de la O v e j u e l a d e D i o s , Fray León. Llevóle consigo. Con su compañía se anima y en su conversación se consuela. Con Fray León se considera confortado, más seguro de conseguir el éxito de su viaje. Como dos mendigos, los pies des– calzos, hábitos burdos, raídos, descoloridos, caminan por aquellas v í a s en todo tiempo famosas. Can– sados, se sientan a la sombra de un árbol, sacian su sed bebiendo el agua fresca de la fuentecilla con el 20

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