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Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana h, [muerte corporal, a la cual no hay hombre viviente que pueda escapar. ¡ Ay de los que mueren: en pecado mortal! Bienaventurados los que cumplen tu santa i·oluntad, porque la muerte segunda no les será mal. Dos lágrimas ardorosas, símbolo de su agrade– cimiento y testimonio de su humilde aceptación de la muerte, rodaron por las mejillas del Siervo de Dios, Francisco. Fray León y Fray Angel, recogi– dos en cristiano silencio, escucharo,n las notas de aquella última estrofa que su buen Padre cantaba. La muerte, escondida, también las escuchó y dio un paso adelante para cumplir los santos deseos de Francisco. Francisco la llama con vehemencia.... Los demás hombres la temen, tratan de huir de ella; Francisco la busca y se entristece porque tarda en llegar. Las almas santas jamás temieron la muerte; la de Fran– cisco era santísima, llevaba impreso el signo de la crucifixión de Cristo grabado a fuego de amor apa– sionado; el cuerpo ostentaba las llagas reales, a modo de sello de perenne identidad de Cristo, por el mismo Cristo impresas. Entornando los ojos, casi del todo ciegos, mi– rando a su interior y en este espejo a todo el mundo, lo convidaba a ca::1tar con él las alabanzas de Dios. Alabad y bendecid a mi Seriar y gracias le dad, y servidle con grande humildad. 100

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