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el cielo. Estaba segw-o que no era obra suya, sino del mismo Jesucristo; cuando lo juzgue oportuno, más aún, necesario, lo afirmará con toda solemnidad, humillando así la soberbia de los disidentes, enga– iiados por una falsa prudencia más que contrarios a su obra y mal intencionados. Pero Francisco no podía ceder sin desoir al cielo. Tal era su oon– vinción. 19

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