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MONTE COLOMBO Francisco, en tales aprietos, siguiendo la inspi– ración del mismo Cristo, se retira a la soledad de Monte Colombo. Y en esta soledad consultará al Señor, le pedirá una manifestación clara de lo que desea de él, suplicará con lágrimas y suspiros que le indique su voluntad en orden al régimen de su pequeña grey. No puede negarse que eran tiempos difíciles, la tempestad podía ar:rruinar, a los pocos años de nacer, su obra incipiente y sin base estable y firme. No está solo el Maestro, le acompaña el discípulo com– penetrado con su pensamiento, Fray León, para ani– marle y consolarle si preciso fuera. El amigo cari– ñoso no se ha separado de él. En la soledad de Monte Colombo podemos imaginamos al Maestro y al discípulo unidos en santa amistad, conversando amigablemente a la sombra de los árboles mientras alegremente cantan los pájaritos y se dejaba sentir el :numor de las hojas y el murmurio del arroyo que en graciosa cascada se precipitaba en el barranco. Francisco iba dictándole lo que el cielo le inspiraba y el amigo incondicional, 1a O v e j u e 1a d e D i o s , escribía en limpio pergamino las palabras de su Padre, maestro y amigo. Mientras Fray León escribía contemplaba el rostro transfigurado del Padre; em- 17 2

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