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y de buena edificación, escribe y advierte claramente que no está ahí la perfecta alegríal>. ¿Qué pretendía Francisco con este discurso acer– ca d e l a p e r fe c t a a l e g r í a , precisamente cuando todo parecía infundir tristeza y descontento? ¿Desfogar su corazón? El Hermano León nada con– testó; barruntaba que el Maestro continuaría. No se equivocó. Dur~mte otros muchos viajes en su com– pañía había presenciado explosiones semejantes. ¡Calma! La lluvia seguía resbalando por el hábi– to ya muy mojado; se escuchaba el salpicar del lodo por causa de las pisadas de los dos viajeros. Poco después, Francisco volvió a decirle: «¡Oh, Fray León! Aunque los Frailes Menores iluminasen a los ciegos, curasen a los tullidos, arro– jasen a los demonios, diesen oído a los sordos, pies a los cojos y habla a los mudos, y, lo que es cosa mayor, resucitasen muertos de cuatro días, escribe que no está en esto la perfecta alegría». Extraño y sorprendente lenguaje. ¿Hablaba un loco? Y si era cuerdo y muy cuerdo ¿sabía apreciar debidamente tales carismas divinos? Muchas gentes se hubieran reído escic.chando a Francisco. Tenía razón el humilde Francisco. Hay algo más grande y más noble y más digno de aprecio y más santo. E l A m o r d e D i o s , cuando se goza ple– namente y se disfruta de sus dulzuras, se considera uno dichoso; entonces ríe y canta y se desborda en cascadas de serena alegría. Los mundanos .no comprenden estas cosas y bus– can la alegría por .otros derroteros, se afanan por beber en otros vasos y se engañan; para comprender 73

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