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anhelos, escucha los latidos de aquellos dos cora– zones qu.a silenciosamen1:e conversan y en efluvios místicos se transmiten sus ansias de amor a Cristo. La Porciúncula, aquella capillita diminuta, donación de los Religiosos Benedictinos al Pobrecillo a cam– bio de insignificante tributo, cuna de la gran Fami– lia de los Menores, presta firmeza a esa tan pura amistad. Aquella Edad Media, tan inj.ustamente ca– lumniada, salta de gozo al verlos caminar juntos inyectándose sus propios deseos ambiciosos de san– tidad. La Virgen de los Angeles unía inseparable– mente aquellas almas, l!lacidas para unirse y enten– derse. Ella añuda la lazada de aquella estrecha y divina amistad. Cierto que no podía morir, puesto que toda amistad que se fundamenta en Cristo y la alimenta el amor de Dios no puede morir sin que antes muera por el pecado ese amor de Dios. Pero es también una verdad, eminentemente con– soladora, que la Virgen Santísima mantiene vivo, vigoroso, espléndido y pletórico de vida ese amor de Dios. Con su influencia maternal asegura la perennidad del amor de Dios en nuestro corazón, pues infúndele ánimo, coraje y valor para pelear el combate espiritual contra el pecado, único y desalmado homicida del amor de Cristo en las almas. La Virgen Santísima es la M a d r e d e 1 Amor Hermoso, es la Madre del Divi– n o A m o r . Porq¡ue de Ella nació Cristo Jesús que trajo a la tierra el combustible de amor tan santo y ennoblecedor. De él se nutre y nutrirá siem– pre la verdadera amistad. Todo lo demás no pasa de palabrería hueca sin realidades confortadoras. 15

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