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pasos? ¿Pero era posible que Fray León, su confes-or y amigo, no sintiera interés por conocer, para su edificación y la nuestra, lo que Dios obraba en el alma de su amigo y penitente? Si así gozaba Fray León ¿por qué prohibírselo? Dios lo había permitido para glorificación de su siervo Francisco. «¿Dime por santa Obediencia, si has visto algo?)} No era necesario tanto para que el amigo, que co.n tan gran desvelo lo cuidaba y que se hallaba íntimamente compenetrado con su persona, le dijese cuanto había visto. Un ruego bastaba. Qué más de– seaba la O v e j u e 1 a d e D i o s que decírselo y entablar así una conversación celestial. De esta ma– nera el fuego divino de sus corazones gemelos se agrandaría más y más y lanzaría hermosísimos res– plandores que incendiasen cuanto a su alcance se pusiera. «Padre, contestó Fray León temblando como reo del más tremendo delito, te vi hablar y decir todo arrobado: ¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío, y quién soy yo, vilísimo gusano de la tierra? Y vi ba– jar del cielo ,una llama que te hablaba y tú le res– pondías varias veces, y extendías por tres veces tu mano hacia ella; pero no entendí lo que decías.» El secreto quedaba manifiesto; Francisco, por hu– mildad, ;no se lo llevaría al sepulcro. Los hijos y los fieles, :::1us devotos, lo sabrían para su espiritual edi– ficación. 53

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