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mino de su ,;antificación, sería un desgrnciado. Quiso huir sin ser notado, pero la hojarasca del suelo hízo– le traición; por mucho cuidado que puso al pisar las hojas secas metieron su ruido característico. El cora– zón dióle un vuelco, estaba descubierto, convicto y confeso. ¿Qué hacer en este trance apurado? ¿Correr? El ruido sería mayor; y, aunque lo intentara, no pudiera hacerlo; la impresión desagradable lo clavó al suelo. «Quienquiera que seas, gritó Francisco, te mando en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo que te estés quieto y no muevas pie de donde estás... » Si la amistad afectuosísima no viniera en su auxi– lio, Fray León, a buen seguro, perdiera el habla. Y Fray León se estuvo quedo y dijo: «¡Yo soy, Padre mío!» Años atrás aseguró Fray León: era tal su amor y fe en el Santo que dudaba poder vivir sin él. ¡Qué bello ejemplo de amistad! El amor más puro, más santo y más idealista habíala engendrado y la mantenía robusta. ¡Digna amistad de dos almas santas! * * * Francisco conoció la voz de la Ovejita de Dios. Fray León, por permisión del A m a d o , había sor– prendido su secreto. El Santo, quejándose entre amo– roso y disgustado, díjole a Fray León: ¿A qué has venido aquí, O v e j i t a d e D i o s ? ¡Con qué suavidad se queja del amigo! No le re– prende, se contenta con amonestarle con dulzura. ¿No te he dicho yo que no andes siguiendo mis 52
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