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sas; escucha, mira para que ningún pormenor se escape a sus miradas. No le basta la conversación, quiere descubrir lo que en el interior de la celdilla pasa, pues, a no dudarlo, cosa extraordinaria debe ser. Se olvida de la prohibición impuesta, la amistad la quebranta en la seguridad que le será agradecida de muchas almas y que el bondadoso Padre no se enojará. « Y como mirase atentamente Fray León, vio ba– jar del cielo una llama bellísima y posarse sobre 88n Francisco; y oyó una voz que salía de la llama y hablaba con el Santo, y que éste rcc:pondía.,> «Ento'1ces Fray L2ón quedó sobrecogido de temor por aquella visión tun admirable: mas de pronto vio a San Francisco extend2r la mano por tres veces a la llama.,> Sin la íntima y ejemplar amistad de San Francisco y el Hermano Leé,:1 esa página quizás no se hubiera escrito y quedado hubiera en el silencio tan admirable visión, que a todos edifica y a la Or– den de Menores promete perdurable asistencia. ¡Ben– dita curiosidad la de Fray L?ón! Desvanecida la v1s10n, terminado el misterioso diálogo, Fray León tembló de miedo; su primer cui– dado fue huir en secreto para que el Santo no se e;nterara de su curiosidad. Temía desagradarle; temía que por su curiosidad Francisco lo apartase de su dichosa compañía y sufriese lamentable quiebra su amistad. Si San Francisco lo apartaba de sí ¿qué fuera de él? Si le negaba su amistad ¿podría vivir? Separado de tan buen Maestro, equivocaría el ca- 51

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