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RIVOTORTO En aquellas primeras reuniones y charlas espiri– tuales, sencillas y alentadoras de Rivotorto y Santa María de los Angeles se cree uno trasladado a Ju– dea y presenciar las reuniones íntimas de Jesús con los Apóstoles. En el Cenáculo vemos al discípulo virgen, San Juan Evangelista, recostado en el cora– zón del amable Maestro. ¡Qué dulcemente se recrea– ría escuchando sus divinas palpitaciones! Y en la Porciúncula vemos en los días plenos de virtudes del ocaso de Francisco estigmatizado, del nuevo Cris– to, a Fray León descansando sobre el pecho abierto y sangrante del Padre amado, del Crucificado con pasión de caridad. Lejanos están los días y especial– mente la noche del Cenáculo, pero de qué manera tan insinuante nos lo representa la memoria. ¡Tam– bién se pierde en la lejanía del siglo XIII la despe– dida de Francisoo rodeado de los suyos en el Ce– náculo de la Porciúnoula! «Fray León fue el amigo de predilección de nues– tro Santo, el evangelista de su Colegio Apostólico, su secretario, su confesor, s,u enfermero, el más ge– neroso y fiel intérprete de su pensamiento y de su corazón». 12
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