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hueco de !a mano. Un mendrugo de pan es su ali– mento. Después del frugal ágape, juglares del G r a n R e y , cantan las divinas alabanzas y las armonías de la m a d r e n a t u r a l e z a . ¿De qué hablaría11 aquellos mendigos de Dios? Cantaban alabanzas .'.l! buen Dios coreados por el canto de las avecillas, e: chirriar de la h e r m a n a c i g a r r a y las nobs armoniosas del universo creado. Pero, ¿cuál sería el tema de sus conversaciones? Respetemos aquellas sus hablas místicas y no queramos profanar con nuestra curiosidad, aunque la consideremos piadosa, aquel sagrado coloquio, intercambio de sentimientos, afec– tos y deseos ardorosos. Bien pudiera suceder, qu,> rido lector, que la fuentecilla detuviera sus corrien– tes y apagara sus murmullos para escuchar aquella amistosa y santa conversación de los dos fidelísimo3 amigos. Su eco ,no ha llegado hasta nosotros ni sm ondas perfumadas con aromas de cielo impresiona– ron los sentidm de ningún curioso. Nada nos di– cen las L e y e n d a s n i l o s m a n u s c r i t o s . Aquellos corazones, tan unidos, tan identificados y saturados de divino amor, al pararse por el frío d,.:: la muerte, se lle·varnn tan encantadores secretos. EL .AL\ER:-;A. CALYAIUO FRA:\"CISCA'liü Con razón, al nombrarle repetidas veces, hemos lla– mado con íntima satisfacción <{ C a l va r i o f r a n - e i s can o » al monte A l v e r n a , situado en la Toscana y donado al Pobrecillo por el piadoso Con– de Orlando de Cattani. 22

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