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todo ¡uno. Se conocieron y se amaron, se tratar.on e intimaron, y, al intimar, se descubrieron sus ansias de amar a Dios, quedando dulce y suavemente pre– sos en las redes poderosas de una amistad casi des– conocida. Mejor sería, si afirmase de una amistad ,ol– vidada al tenor de otras tantas virt,udes nacidas en el jardín cristiano. Cuando en la Leyenda de Celano, en las Flore– cillas y en la Vida de San Francisco escrita por San Buenaventura, se saborea la dulzura y se descubren los rasgos de una nueva amistad que nacía de la f r a t e r n i d a d f r a n c i s c a n a , créese uno tras– ladado a un mundo ideal, percíbense los aromas que difundía c0;nstantemente el jardín de la Porciúncula acariciado por María, Madre de Dios. Cristo lo plan– tó, no Francisco; la Virgen Santísima fue, no el Po– brecillo, su verdadera Jardinera. La amistad de Francisco y el Hermano León, del Maestro tierno y bondadoso y el discípulo apasiona– do, que jamás pudo ni quiso separarse del Poverello, pone patentes los encantos de aquel siglo XIII que contempló la estigmatización del Alvema, que vio y escuchó la voz del nuevo Cristo. * * * Rivotorto coilltempla alegre --en medio de su po– breza, digamos sin rodeos, miseria, porque miseria era, pero miseria que estaba muy lejos de entristecer con sus privaciones, sino que comunicaba alegría y contentamiento jamás soñados- la aurora de aque– lla amistad de Francisco y Fray León; los ve unidos, escucha sus celestiales oonversaciones, percibe sus 14

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