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fue total, absoluto, sin reservas; porque su corazón noble no sabe ni entiende de tacañería. Guardarse algo para sí, lo consideraría como indigno de su Se– ñor y en pugna con su voluntad generosa. Francisco, por su bizarm entregamiento y su in– tegral renuncia, q1wdó vacío de afectos mundanales, las cosas casi habían desaparecido para él. Ese des– poseimiento de sí mismo era la mejor preparación para que Jesucristo lo llenase de su amor y de nue– vos y casi desconocidos pensamientos. La caridad ardentísima de Cristo purificado había con sus ar– dores el santuario de aquella alma tan rica de nobles sentimientos y tan delicada para dejarse impresio– nar. Amaba lo bello ¿quién más hermoso que Cristo que se le había revelado vestido de las bellezas del amor? Ambicionaba lo grande, lo caballeresco; ¿me– jor señor que Cristo, dónde podría encontrarlo? La naturaleza, con su hermosura y variedad, llamaba con voces cadenciosas a su voluntad apasionada; ¿quién como el Amor de Cristo le entregaría su do– minio y posesión proporcionándole melodías que nunca hasta entonces había probado ni aun siquiera había sospechado? Francisco, desde el primer momento de su entre– gamiento a Cristo mediante la renuncia bizarra de todo lo que hasta entonces había amado con ena– moramiento, pero que no consiguiera encadenar su corazón demasiado grande para empresas pequeñas, amó con amor, con delirio, en fuerza de auténtico enamorado. ¡Cielo! ¡Cielo! ¡Nada más que Cristo! 6

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