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sus apetitos, mejor, sus apetencias de baja urdimbre. Antes de manifestarse en toda su vergonzosa desnu– dez ante los ojos del amigo, para soslayar con des– treza triunfadora toda desagradable rebeldía del ami– go elegido, preparó bien el golpe, supo fingir y, con hipocresías, ganarse sin excesivos temores de traición o abandono, el corazón del amigo. Todo paso atrás será imposible, ya no queda otro remedio que some– terse y hundirse en el fango del brazo del amigo que supo corromperle sin que se diese cuenta perfecta de la sima profunda y asquerosa a la que lo conducía. La amistad deformada, convertida en instl1llillen– to poderoso de seducción, había logrado, en su más deseable amplitud, cuanto podía apetecer un corazón dominado y aprisionado por el apetito desenfrenado de ruines pasi~nes. * * * Pero eso nunca será amistad ni siquiera defec– tuoso bosquejo de lo que los cristianos llamamos amistad y por la que sentimos verdadero culto. La amistad cristiana de las almas nobles, especialmente de los santos, no es ni puede ser eso. La amistad de los santos es siempre espiritual en sus principios, en sus medios y en el fin que se propone conseguir. Cristo preside esa amistad, Cristo la informa hasta su médula, Cristo le inyecta de continuo virtud di– vina, Cristo une con su amor los corazones de los dos amigos. Cristo es au luz, su encanto, su poesía; Cristo su. música, su miel y su dulzura; Cristo ex– tiende sus manos y estrecha las de los dos amigos; Cristo junta sus oorazones, ya purificados en el cri- 10

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