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Amigc, divino y fidelísimo, Jesucristo, pedíale que le abriese el santuario de su alma, que le recibiera 12«1 su amistad. El apasionado joven no conocía aún las tonali– dades de la voz delicada y sin grandes ruidos del Amor de los amores; las criaturas, con ::,.us falsos encantos y mieles amargas, lo aprisionaban fuerte– mente. El Amigo divino se le acercó visitándole con u¡na grave enfermedad; aquella su juventud quedó marchita y sin perfumes como flor agostada por el calor estival. Recobró la salud, le volvieron las fuer– zas físicas, pero no el humor y la alegría de antes. ¿Qué había sucedido en su interior? Ni los ami– gos, ni los trajes, ni los banquetes, ni las rondas noc– turnas le entusiasmaban como antaño. Salía fuera de la dudad para recrearse, al igual que antes, con la hermosura y poesía de aquellos paisajes que tan– to anteriormente le entusiasmaban, y volvía triste y pensativo a casa. Algo nacía en su interior, algo des– conocido para él y que le movía sin norte fijo. Por fin, el Amado habló claramente; Francisco no opuso resistencia alguna; se entregó de lleno y sin reservas en los brazos del Crucificado. El mundo moría para él; mejor dicho, se transformaba entera– mente; nuevas y resplandecientes luces lo hermosea– ban; otras armo.nías llegaban a sus sentidos y éstos las transmitían a su alma abierta a todo lo dulce, suave e idealista. Alistado en la milicia de Cristo, podía ostentar los arreos de caballero. Pero había abrazado una caballería que distaba muchísimo de la que tanto ambicionara en sus años mozos. Su entregamiento 5

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