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entregada del todo a la meditación y al pensamien– to del Esposo. ¡Lejos del mundo, apartado da la conversación de los hombres! ¡A solas con su Ama– do, con su Dios! ¡Qué hermosa le parecía semejante vida! Semejante ansiedad le turbaba un poco y antes de decidirse por cuál senda debía caminar y no tor– cer la voluntad de Dios quiso conocer lo que sobre el particular pensaban Fray Silvestre y Sor Clara. Estaba persuadido que la voz de Dios se dejaría oir con claridad en la contestación de esas dos almas privilegiadas, sobre todo de Sor Clara. Llamó, pues, a Fray Maseo para cumplirlo y le dijo: «Vete a ver a Sor Clara y dile de mi parte qUl= ella, con alguna de sus compañeras más espiri– tuales, devotamente rueguen a Dios que se digne mostrar qué vale más: que me ocupe de predicar o solamente de la oración.» El Padre y el amigo, confiadamente, buscan la ayuda de Sor Clara, sabiendo que ha de ayudarle a conocer la voluntad de Dios. La amistad cristiana de verdad, la amistad que une a los santos, jamás falla. Nada pueden negarse los amigos. Sor Clara, oído el mensaje del Padre, que Fray Maseo le comunicaba, rogó al celestial Esposo le manifestase su volu.ntad acerca del mensaje del ama– do Padre. Jesús escuchó la oración de Clara y de sus her– manas, le manifestó lo que debía responder a Fray Maseo y esperó tranquilamente a que volviese. La misma consulta había hecho a Fray Silvestre, alma verdaderamente humilde y entregada a Dios. 166

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