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santa pobreza y tan fielmente siguió los consejos del a m i g o y p a d r e e s p i r i t u a 1 que jamás la traicionó, aunque para permanecer fiel le fuera pre– ciso sostener larga y perseverante lucha, lucha san– tísima que al cielo causaría gran contento, con la Curia Romana y hasta ron el Santo Padre. Clara no se apartaba un punto del camino trazado por el amigo de su alma, Francisco de Asís. Francisco era caballero noble y delicado y como tal nunca hubiera traicionado sus sagrados compro– misos, tanto más c.u.anto su caballería era la nobilí– sima del Gran Rey. Podía estar Clara tranquila, Francisco no la abandonaría ni olvidaría; si tal hiciera, se hubiera considerado como traicionero a Cristo. Francisco sabía mucho de fidelidad y nada de traiciones. Pudo haber ciertas vacilaciones, su– geridas por las grandes dificultades que las circuns– tancias presentaban, pero fueron siempre superadas por la conciencia rectísima del Seráfico Padre de los Menores y de las Dueñas Pobres. ¡VE A LA HERMANA CLARA! La vocación de Francisco a la evangelización del mundo mediante la predicación clara, sencilla y atra– yente parecía evidente a todas luces. Y así lo había creído él desde un principio. Muchos discípulos se le habían re.u.nido queriendo seguir puntualmente sus huellas. Pero, al mismo tiempo, se sentía poderosamente atraído por las dulzuras de la vida eremítica, vida 165

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