BCCCAP000000000000000000000176

solemne y enérgico. « Y pr.ometió Clara e hizo voto en manos de San Francisco a Dios y a la Virgen María de observar todo el tiempo de su vida O b e - diencia, pobreza y castidad». Palabras sencillas, al parecer, pero de una tras– cendencia enorme, era la aceptación en presencia de Dios y de su Madre Santísima de un martirio per– petuo y de sufrimientos fuertes y prolongados. Cla– ra, desde aquel solemne mome¡nto, sería en el silen– cio de los claustros como rosa encendida por la obe– diencia, azucena blanquísima y muy perfumada por la castidad virginal, humilde violeta por el desasi– miento de todas las cosas de la tierra. Ya era pobre la hija de la riquísima familia de los Favorone. GRANDES COSAS HEMOS PROMETIDO A DIOS Grande era el sacrificio, absoluto el holocausto. ¿ Cuál podría ser la recompensa? Como son siempre las recompensas de Dios: infinita, eterna. Dig¡na de Dios. ¡El cielo! Cuando el eco extendió por los án– gulos de la capillita de Santa María de los Angeles las últimas notas armoniosas del incrnento sacrificio de Clara, San Francisco habló en n o m b r e d e l E s p o s o c e l e s t i a l : « Y si esto observares, le dijo Frnncisco, yo te prometo a Jesucristo por tu esposo y la gloria de la vida eterna». Promesa mag– nífica de una magnitud insospechada. Clara ofrece la tierra y Cristo le ofrece el cielo. Así terminó la ceremonia que marcaría el rumbo asombroso de penitencias y mortificaciones que trans- 159

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz