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nísima de fascinadoras esperanzas y soñadoras pro– mesas y, cuando el mundo, para seducirla, ponía a su alcance riquezas, joyas, preciosos vestidos, ami– gas y pretendientes con rancios títulos de nobleza, esto sí, es admirable y digno de encomio. No ha de extrañarse que los cielos se abrieran de par en par para presenciar tan inusitada escena y que los án– geles, pajes hermosísimos del E s p o s o , bajaran en raudo vuelo a Santa María de los Angeles y ser testigos y notarios de aquellos místicos desposorios de C I a r a e o n e I A m a d o y luego volver al cielo y entregar al E s p o s o el acta de la boda es– piritual en Santa María de los Angeles, de la ciudad de Asís, celebrada. Clara, como una beldad soñada, se adelanta son– riente; el corazón se le transparentaba en los ojos, en la cara, en los labios, en todo su porte, grave y sin afectación. Viene de boda y por eso luce sus me– jores joyas. Llega hasta Francisco, se despoja de aquellas vestimentas preciosas que siempre habían encubierto cilicios o ropas de burda lana, las arroja despectivamente al suelo y Francisco «la vistió una túnica y ciñó una cuerda». ¡Qué cambio tan repentino! Ayer ricamente ves– tida, preciosamente enjoyada, adulada y festejada de amigos y caballeros. Hoy, vestida de saco, una cuer– da ciñe s,u talle. Son las primeras caricias de la Dama Pobreza. La ceremonia no había terminado aún. Era pre– ciso completar el holocausto. Hermosa y blonda ca– bellera adornaba aquella gentil cabeza y sombreaba bellamente aquel r,ostro que tantas miradas había 157

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