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Francisco hablaba de la verdadera h e r m a n d a d , d e l a a m i s t a d , las bañaba con los primores de las luces cristianas; en sus labios parecían transfor– marse, idealizarse. Brotaban con nuevas luces, nue– vos colores, nuevas armonías. Francisco, oon una sencillez fascinadora y una ternura delicadísima llamaba h e r m a n a s a las flo– res y a las avecillas; llamaba h e r m a n i t a s al agua cristalina y a la ll1Ila que en ella se refleja. Imi– temos, Hermanos, a la H e r m a n a a 1o n d r a . Llamaba h e r m a n o s al corderillo, al halcón. ¿Quién no recuerda con emoción a Francisco con– versando con e l h e r m a n o l o b o , que olvida su fiereza en su presencia y le extiende la pata en señal de alianza? Llamaba hermanitas a las tórtolas y h e r m a n o s a los peces y a los gusa– nillos. ¿Qué nueva hermandad era ésta? El Medío Evo se sintió profundamente atraído por la sencillez de este hombre nuevo, verdadero serafín del amor de Cristo. Un corazón, poseedor de semejantes riquezas di– vinas y de tantos encantos naturales, por necesidad había de sentir muy hondo el deseo de la amistad. ¿Cómo no experimentaría la necesidad de los consue– los de la amistad y no habría de gozar con la con– versación y compañía de los amigos? ¿Es que la san– tidad y el desasimiento de las cosas de este mundo condenan la verdadera amistad? ¿Por ventura ;no vie– ne de Dios? La santidad perfeccionada, eleva, sobre– naturaliza cuanto de natural encuentra en el corazón que generosamente se le entrega. La santidad santi– fica, elevándolas a regiones sobrenaturales, las virtu- 3

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