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ses sociales; el encanto primaveral, con sus flores y perfumes, realza la belleza del cuadro. La casa– palacio de Clara se levantaba frontera a la Catedral. Por la puerta de honor salen madona Ortulana, Clara e Inés rodeadas de bellas jóvenes amigas ri– camente ataviadas La joven Clara, obedeciendo los consejos de Francisco, lucía sus más hermosos y ricos vestidos, y deslumbraba por el brillo de sus alhajas y pedrería. Clara estaba preparada para las bodas con el celestial Esposo y con l a D a m a P o b r e z a . Pero si deslumbraba por su ornato exterior las miradas de los fieles, todavía era más deslumbrante y rico a los ojos de Jesu– cristo el ornato de su alma juvenil, pura, santa y ardientemente enamorada de su hermosura divina. Mientras los demás fieles se adelantaban a reci– bir las palmas y ramos de manos del Obispo ofician– te en aquella solemnidad, nuestra Clara permanece inmóvil como avergonzada de la rica vestimenta que luce y ostenta. Se diría que se halla en íntimo co– loquio con el deseado E s p o s o que muy pronto le ofrecerá la mano divina y llagada en señal de m í s t i c o m a t r i m o n i o . Parece no darse cuen– ta de lo que a s.u alrededor pasa. Entonces, Guido de Asís, el temible y altanero Obispo feudal que tantas veces chocaba con sus dio– cesanos, desciende las gradas del altar majestuosa– mente llevando en su mano una palma. Todas las miradas se clavan en el Obispo. ¿A dónde irá? ¿Para quién será aquella palma? Guido se acerca a la jo– ven patricia, a la hermosa castellana Clara Favo– rnne y pone en sus manos la palma bendecida. Los 152

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