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mana sor Beatriz-, había oído hablar de la fama de santidad de Clara.» Madona Bona de Guelfuc– cio continúa de esta manera: «Muchas veces fui– mos juntas en secreto, para no ser vistas de sus padres, a departir con San Francisco. Y San Fran– cisco le hablaba de Nuestro Señor Jesucristo. Eran palabras inflamadas, no parecían de hombre. Desti– laban en sus oídos los dulces esponsales de Cristo, a quien el amor humano... » El fruto de tales coloquios no se hizo esperar mucho; Fmncisco deseaba conquistarla para Cristo y Clara ansiaba dejarse conquistar. La fruta sazo– nada fácilmente se desprende de la rama que la sustenta; ,un soplo tenue y delgado de viento basta para que caiga. La ocasión se presentó favorable. El Esposo celestial se hallaba a la puerta del co– razón de la jovencita C I a r a F a v o ro ne d e A s í s ; llamaba con suavidad y se insinuaba con una voz a la que nadie puede resistir. 150

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