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putaba acerca de la sorprendente actitud del joven Francisco, alegría de la mocedad de Asís y, por otra parte, ya los espíritus selectos le seguían y solici– taban alistarse bajo la simplícísima vida que se había trazado, a saber, e I E van ge I i o , practicado con delicadeza y fidelidad amorosas. Francisco se veía rodeado de un corto número de discíp,ulos; eran po– cos, pero entusiastas, animosos. Todos sencillos y pobres como Cristo; nada les hubiera podido sepa– rar del M a e s t r o . Las conversaciones secretas y frecuentes eiiltre Francisco y la jovencita Clara, defendidas por una fiel amiga, Madona Bona Guelfuccio, preparaban el desenlace que mucho alegraría al cielo y al mundo sorprendería grandemente. La presencia de Madona Bona en las conversaciones de Francisco y Clara ua una medida elemental de prudencia, pues a todo trance había que evitar las sospechas y las murmu– raciones infundadas. Era preciso defender contra todo ataque la juventud, ya entregada a Dios, de los dos jóvenes. En tales o parecidos casos la pru– dencia, aun exagerada, es poca. Madona Bona de Guelfuccio dice así con senci– llez y claridad: «Amiga suya fui desde la niñez. Yo misma llevaba la comida reservada para los po– bres. Con gran fervor se ingeniaba cómo podría servir y agradar a Dios. Oyendo hablar de Fran– cisco -dice la Leyenda- deseaba verle y conversar con él». «San Francisco, a ,:u vez -añade su her- 149

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