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las tiene, pues no hay rosal que no las tenga, la amistad religiosa, al tocarlas, las suaviza y a su con– tacto pierden su punta y no lastiman. En esa amis– tad no hay recelos ni reservas, el entregamiento es perfecto, absoluto, porque al que en verdad se hace el entregamiento y en verdad lo recibe no es .otro que C r i s t o , a quien el amigo representa. La vida de Francisco es maravillosamente huma– na y maravillosamente divina; cuanto Francisco toca se idealiza; su palabra está dotada de tal don de persuasión que cuantos la escuchan se sienten atraí– dos por sus encantos. Habla a las criaturas irracio– nales en nombre de Cristo y le escuchan, les pide que alaben al Creador en su compañía y cantan las aves, las flores, los animales y ·los peces. Quiere emular las suaves melodías del ruiseñor y, cansado, se declara vencido. Pero predica a Cristo, pondera su hermosura y belleza, predica de los encantos y dulzuras de la Cruz redentora y las multitudes entusiasmadas le siguen y renuncian a todo por abrazarse con la 1 e y de 1 Se ñ ,o r. Nadie se le resiste, ni aun los pe– cadores más envejecidos en el vicio, en la vida rota y maltrecha. El corazón feme;nino experimentó de una manera extraordinaria la influencia de Francisco, de aquel joven, que en plena juventud y en posesión de cuan– to se puede pedir y apetecer, se volvía a Cristo, se entregaba a su seguimiento despreciándolo todo con valentía d e c a b a 11 e r o c r i s t i a n o e ¡n a m o - r a d o d e s u i d e a 1. Francisco había revolucio– nado con su extraña determinación toda su ciudad 146

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