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Con el mismo silencio y con idénticos pensamien– tos sobrenaturales con que leemos el patético cuadm del Santo Evangelio que nos cuenta la emocionant.3 escena de Magdalena lavando los pies del D i v i n o M a e s t r o y ungiéndolos con delicado perfume en casa de Simón el Leproso..., así hay que leer la na- rración de las F 1o r e c i 11 a s cuando nos cuentan cómo J a c o b a d e S i e t e s o I i os besaba los pies llagados de Francisco. Ni más podía ceder la amistad de Francisco ni más apetecer y desear la de M ad o na J a coba . * * * «Gu.stado que hubo y muy fortalecido, M a d o - n a J a c o b a se arrodilló a los pies de San Fran– cisco y coge aquellos pies santísimos, signados y adornados con las 11 a g a s d e C r i s t o , y con tan gran devoción los besaba y bañaba de lágrimas que a los Hermanos, que estaban alrededor, les pa– recía estar viendo a la Magdalena a los pies de Je– sucristo. Y en manera alguna podían separarla.» Esta hermosísima y recíproca amistad, formada por dos encendidas rosas, tenía un fecundo tallo común, C r i s t o J e s ú s , el amigo predilecto de todas las almas buenas y santas. Después de com,u- nicarse en íntimo coloquio secreto durante esta con– movedora entrevista, una de esas flores cortóla el E s p o s o d i v in o y se la llevó al jardín etenno del cielo. La otra, intensamente perfumada por el aroma de la primera que en la bienaventuranza rei– naba, quedóse aquí en el valle de lágrimas recor- 141

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