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Después llamó a sus compañeros y les dijo: -«Vosotros sabéis cuánto nos ama a mí y a nues– tra religión la s e ñ o r a J a c o b a d e S i e t e - s o l i o s , y conocéis su fidelidad y devoción. Creo que recibirá muy grande consuelo si le escribís que venga a verme, trayendo consigo la mortaja y aquel manjar que tantas veces me preparó en Roma». «Al ponerse los frailes a escribir llamaron a la puerta y apareció en ella J a c o b a con muchas ansias de verle a Francisco». Las Flor e c i 11 as, con su encantadora sencillez y sin adornos postizos, cuentan así la entrevista. « Y entrando dentro m a d o n a J a c o b a va derecha a la celda de San Francisco, con cuya lle– gada tuvo San Francisco gran alegría y consuelo, y ella igualmente viéndole vivo y hallándole. Enton– ces ella contó cómo Dios le había revelado en Roma, estando en su oración, el breve término de su vida, pidiéndole que trajera consigo aquellas cosas que dijo haber traído e hiw que se las llevaran a San Fran– cisco y dióle a comer de aquella pasta de almendras.» Grande es la solicitud que hacia m a d o n a J a - e o b a muestra la amistad del moribundo Francisco; pero todavía es muchísimo mayor la tierna delica– deza del Padre Celestial, pues c,uida de avisarle, aun antes que Francisco pudiera hacerlo, diciéndole que Heve aquel sencillo y sabroso manjar que recrearía un poco a su gran siervo. Y además le indica que lleve ,un paño rico y precioso para que sirva de mor– taja a aquel cuerpo que llevaba impresas sus S a ,n - tas Llagas. 140

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