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la presida Cristo, que la santifique Cristo, que 1a enjoye la pureza irunaculada de Cristo, flor bellísi– ma de la flor irunaculada y pura que se llamó Ma– ría. Cristo debe interponerse en todo momento entre los dos amigos; su Corazón amantísimo ha de ser el lazo virginal que los mantenga unidos y separados. * * * La amistad femenina destaca en la vida humana como la azucena, por su blancura, entre las flores. Su perfume embriaga y frecuentemente con embria– guez envenenadora; sus encantos atan poderosamen– te y no es fácil romper sus lazos peligrosos; sus caricias son sumamente apetecidas y, al recibirlas, si no son caricias de madre, esposa o hermana, el frágil corazón del hombre en ellas queda preso como incauto pajarillo en las redes disimuladas que el hábil cazador le preparó. Su voz es seductora, su rostro alucinador, su belleza ciega, sus besos daga afilada y suavísima que se hunde, sin ser sentida, en medio del alma. Mientras esa amistad es buena y santa y pura y virginal su apostolado puede ser maravilloso y grandemente fecundo. En todo momento alarga su mano para unir a los hombres en Cristo y dirigirlos por el camino de la virtud. Basta citar los evocado– res nombres de madre, hermana, esposa. Pero si empieza a torcerse o desviarse de su lu– minosa trayectoria, si pierde s:u idealismo cristiano, si no mira al cielo sino a la tierra, si entre los dos corazones ;unidos por la amistad coloca otro amor 130

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