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Tú eres nuestra Fe, nuestra Esperanza y nues– tro amor. Tú eres la gran dulcedumbre de nuestra alma. Tú eres el Bien infinito, Tú eres el Grande y maravilloso Señor, todo poderoso, todo bueno, todo compasivo y nuestro Salvador. A la vuelta del trozo de pergamino, una vez transcritas las laudes, Francisco con pulso firme y perfiles gr:uesos copió esta Bendición de los Libros Sagrados: «El Señor te bendiga y te guarde; el Señor te muestre su rostro y tenga piedad de ti; el Señor vuelva hacia ti su rostro y te dé paz». Una vez copiada esta bendición que se lee en el Libro de los Números y con la que el sacerdote de– bía bendecir a los hijos de Israel según lo que el Señor mandó a Moisés, Francisco se adentró en sí mismo, tras ligera pausa añadió estas palabras: «El Señor te bendiga a ti, oh hermano León». Leído por el hermano León, éste prorrumpió en copioso llanto de alegría. Siempre la llevó consigo muy cerquita del oorazón, jamás se separó de dicho escrito como. Francisco se lo había aconsejado. Sin duda era prueba eloouentísima de la amistad que Fray Francisco con el hermano León sostuvo siempre. Firmó la bendición con la letra T-Tau. 128

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